*Que Ema nunca envió porque le pareció muy cursi
Buenos Aires, Agosto 16, 2006
Debe estar con una mujer (no otra, una) porque ya es casi medianoche y no está en su casa. No me malinterprete, no me provoca celos. No es eso. Lo que sucede es que esta ansiedad porque llegue nuestro momento, ya se está convirtiendo en sufrimiento y eso, claro, no es fácilmente soportable.
Envidio esa forma que tiene de enfrentar al mundo como si fuera suyo. Ese despojo, ese andar sin ataduras a nada ni a nadie, ese hacer lo que le viene en gana, a la hora que sea y con quien quiera. No es que yo no pueda eso, o no deba. Lo malo, es que no quiero. Después de sentir que unos labios calaban tan armónicos en los mios, después de sentir la boca llena y dulce y tibia, como la sentí cuando usted me besó, no consigo que siquiera por un instante, me asalten ganas de buscar tal perfección en otros labios. Supongo que esto es, sobre todo, porque tal exquisitez, la considero imposible de hallar dos veces. Y como si fuera poco, usted es la única persona con quien puedo caminar de la mano sin desaparecer. El único hombre que no me sume en su otredad. Me deja ser.
Usted quiere que sea yo, así como soy, sin mucha altura pero grande, sin lagrimas pero sensible, quisquillosa y susceptible. Suave pero ardiente, y amando despacio y fuerte. Tranquila y ansiosa. Usted me quiere sin plataformas, sin tacos, con anteojos y con estos años. Usted me quiere por pura y puta, por noble pero mentirosa y por maliciosamente contradictoria. Me quiere a pesar de las mañanas ñañosas y de noches pre examen. Me quiere porque también hay vino y cena de dos, porque hay risa, música y peleas (de esas con reconciliación carnal). Me quiere por mi cuerpo no perfecto, por mi espalda no de angel, por mi piel no de raso.
Pero ya paso de la medianoche y usted no está en su casa. Y su boca está en otra boca y su sexo en otro sexo. Qué le puedo reprochar. Si lo que amo es su desenfado, su lujuría y su osadía. Sin eso usted no sería usted y yo no sentiría así y lo nuestro, no sería todo.
No se moleste en explicarme devuelta eso de que hay cosas que para usted son imposibles y que yo soy igual y que entonces para qué. No se moleste porque yo no se si soy tan igual. Y porque empiezo a entender que tal vez todo se trate de dejar de correr atrás de, y esperar a ser alcanzada. No por usted, claro, porque usted no me correría. Digo, por el amor, que en una de esas Dios no repartió tan mal, como supongo. Y si Dios no existe, pues entonces, seamos responsables. Pongámonos la piel de afortunados por este azar que nos coincidió, creamos que se puede, busquemos el sitio imperfecto, la hora imprecisa, la mesita redonda de ese bar en San Telmo, ese hotel con camas sin frazadas. Llenémonos de museos, de cines y de ferias. Nos queda tan linda Buenos Aires al atardecer…
Pero aúnque empiece a entender, cuando mañana nos encontremos y caminemos por el Barrio Sur hasta nuestra esquina de San Telmo, una vez más voy a sentir que soy. Que yo soy y que usted es. Que dos no es uno y lo bueno que es que así sea. Vamos a llegar a ese bar, la mesita redonda será nuestra, como siempre y tus labios de café dulce serán mios, como a veces.
Entonces mi boca se completa, se colma, no descansa.